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MUJERES REBELDES Y REVOLUCIONARIAS

guerras y mujeres

POR: LILIA SOLANO*

Escribo desde Colombia, donde las mujeres hemos sostenido la lucha por la vida en medio de las diferentes guerras que históricamente nos han impuesto los dueños del poder político, económico y militar.

Para no hurgar tan hondo en el subsuelo comencemos por algunos datos de la historia: en 1800 Colombia era el segundo productor de oro del mundo, y según las limitadas estadísticas de la época, exportó el 40% del total de la producción mundial. El oro era embarcado y enviado directamente a la Corona española, y a su vez los comerciantes Ibéricos autorizados por el rey de España traían y vendían esclavos africanos para renovar la mano de obra del jugoso negocio.

La mayoría de historiadores coinciden en señalar que entre 1510 y 1789 llegaron más de medio millón de esclavos. Los comerciantes europeos usaron los mestizos, los esclavos y los indígenas para amasar una inmensa riqueza que les garantizaba la participación en el comercio mundial para financiar lujos y guerras de exterminio contra sus opositores.

De esa época hacia acá, las guerras civiles, una detrás de otra, han sido el mecanismo preferido para resolver los problemas tocantes a la propiedad del Estado y el correspondiente a las castas privilegiadas. En todas ellas, observa Fernando Guillen en su «El poder Político en Colombia» las órdenes de matar han venido de quienes ostentan el poder económico: terratenientes, comerciantes, políticos y militares, que se unen para garantizar la posibilidad de mantener el Estado como si se tratara de un patrimonio familiar.

Desde muy temprano, desde el año 1964, Estados Unidos, en el contexto de la guerra fría, empezó a utilizar a Colombia como escenario de nuevas modalidades de guerra en las que los civiles empezaron a convertirse en objetivos militares. En ese año, Estados Unidos dono trescientos millones de dólares y envió asesores militares y armamento para acabar con la resistencia campesina que no aceptaba el exterminio que el establecimiento había decretado. Cerca de 15 mil soldados asesorados por norteamericanos, bombardearon 50 familias de campesinos, por el crimen de hacer reclamos sociales que hoy, al cabo de 44 años, se mantienen vigentes.

En ese mismo año los asesores militares norteamericanos propusieron la organización de los grupos paramilitares, bajo el remoquete de «desarrollo de la estrategia de armar civiles.» Esta estrategia le permitió al Estado asesinar, legalizar la tortura, desaparecer forzadamente a miles de personas y desplazar internamente millones de colombianos.

En 1999, Estados Unidos aporto mil seiscientos millones de dólares, armamento y asesores militares en el contexto del llamado «Plan Colombia» que aún se mantiene y que hasta el 2006, ha enviado mas de cuatro mil millones de dólares para contribuir con su aporte a la limpieza sociopolítica, estrategia que hoy en día se mantiene en completo apoyo al gobierno de Uribe. Es importante recalcar que esta estrategia facilita la continuidad del proyecto Uribe Vélez, a pesar de sus estrechos vínculos con narcotraficantes y paramilitares. Como una de las contrapartidas, el establecimiento colombiano adecua las leyes para que se ajusten a los intereses de las empresas norteamericanas y mega proyectos multinacionales, que aprovechan para hacer una explotación voraz de las riquezas nuestras.

LA LUCHA DE LAS MUJERES

En medio de esta suerte de dictadura civil que vivimos en Colombia, el aparato represivo no se detiene ante nada ni ante nadie en su intención de aplastar las resistencias y en favorecer a quienes bailan al compás de los intereses del poder.

En el caso de las mujeres, la vigilancia y la represión de las que se consideraban rebeldes y revolucionarias, es mucho más estricta que para los hombres. La estigmatización a la que son sometidas supera el ámbito de lo público, llegando incluso al ámbito de las casas, los comedores y los dormitorios, en estrecha colaboración con el poder establecido. La represión contra las mujeres busca relegarlas a las funciones que según el poder de turno, ellas realizan muy bien, es decir, ser esposa y madre. Por lo tanto basta con que las mujeres representemos los valores de: «resignación, sumisión, entrega, sacrificio, aceptación y renuncia», para que hagamos nuestra contribución a la sociedad.

Si en algún momento las esperanzas andan flojas, el entusiasmo adelgaza, los brazos sienten la tentación del cansancio o alguien piensa en abandonar la lucha, siempre surge algo nuevo que nos impulsa hacia adelante. No hay dominación, por más poderosa o absoluta que parezca, que pueda vencer la voluntad de las mujeres cuando son rebeldes y toman conciencia de la necesidad de ser también revolucionarias.

A riesgo de repetir un lenguaje que, por su amplio uso, puede parecer un retórico eslogan carente de contundencia, debe insistirse en que esta tenacidad por parte de las mujeres obedece a su toma de actitud ante la vida. Sus renuncias a dejarse etiquetar por los poderes de turno obedece a sus decisiones de echar por tierra todas las relaciones de humillación, de abandono, de aplastamiento y de sometimiento. Es sin duda un proceso de emancipación que le devuelve su sentido del ser, en el contexto de una sociedad capitalista que se empeña en la destrucción de la rebeldía, de la emancipación y la revolución.

Los nombres de muchas mujeres a lo largo de esta historia se han convertido en sinónimo colectivo de pensamiento rebelde, pensamiento revolucionario, pensamiento crítico. Vale la pena hacer una aclaración de estos calificativos largamente manoseados, en el caso del pensamiento/acción femeninos, y es el siguiente: las mujeres evidencian que aquel que critica algo no es necesariamente alguien que representa el pensamiento crítico, sino que para ser genuinamente critico se requiere asumir el punto de vista de la emancipación humana, y es este el criterio que hace la diferencia. Hay un grito de libertad de las mujeres frente a la opresión en que vivimos que exige la garantía de los derechos fundamentales de los seres humanos. Este presupuesto fundamental desemboca necesariamente en emancipación porque hacer girar la lucha por la justicia en torno a la dignidad humana es una apuesta ética que demanda el desenmascaramiento de las cadenas que aplastan y oprimen. Los instrumentos de opresión, firmemente anclados en los imaginarios colectivos en virtud a que de ellos depende la cohesión social, pasan desapercibidos incluso entre quienes toman partido por las luchas democráticas. Sin embargo, las mujeres traen consigo una larga lucha contra las sutilezas de la opresión. Provenimos, entonces, de una tradición heroica de pensamiento y acción, integrada por experiencias diversas donde la lucha de las mujeres no se deslinda de la lucha por las transformaciones sociales y el esfuerzo por la causa del socialismo. En lo referente a Colombia, es parte de nuestro interés central rescatar el papel protagónico jugado por muchas mujeres en la lucha por la paz, resistiendo las represiones, las torturas, las violaciones y toda la barbarie con que el Estado colombiano y el imperialismo pretenden domesticar la resistencia de nuestro pueblo.

Muchas mujeres en Colombia ganan salarios miserables y viven en condiciones insoportables que van de mal en peor. Estas mujeres no van a resignarse, no están satisfechas con su «suerte» ni con el papel de mártir, que la sociedad les impone. Mujeres que al lado de sus hijos y compañeros, luchan contra una sociedad injusta que no resuelve las necesidades más elementales de las personas, ni en lo particular ni en lo colectivo: miseria y barbarie, educación precaria, atención médica insuficiente, condiciones laborales desastrosas; enfrentando la represión policial y militar… y contra las desventajas, contra cielo, mar y tierra… las mujeres colombianas están empeñadas en la lucha por salvar la historia, por hacer los cambios que les devuelvan el derecho a la vida en forma integral.

Las mujeres también sufren discriminaciones de todo tipo como extensión de la barbarie y la explotación capitalista. El mercado y el gran capital golpean a las mujeres con el látigo de la desigualdad y la explotación, el abandono y la impunidad. Las mujeres de todos los sectores como las campesinas, afrocolombianas, indígenas, estudiantes, entre otras se convierten en abanderadas de las luchas de emancipación a partir de los derechos corporales y a partir de las diversidades concretas y con el horizonte de la lucha por la justicia como guía de las transformaciones hacia el bien común.

Este es un reconocimiento que se le niega a las mujeres y que la academia tradicional únicamente prodiga a los intelectuales comprometidos… comprometidos con el poder de turno.

Este es un momento, al parecer favorable para albergar algunas esperanzas pero también muchas dudas, porque siguen en el poder los que se oponen a la justicia, son los comerciantes de la guerra, pero les queda muy poco tiempo de reinado porque cuando las mujeres se emancipan se emancipan todos no solamente los que están oprimidos.

*Filosofa y politóloga

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